​​Lo único que se vuelve “Automático”

Hace poco hablaba con un colega y amigo sobre cómo, con los años, los fotógrafos deportivos vamos automatizando nuestra labor sin siquiera darnos cuenta. Esto nace de la experiencia y el oficio, de tantas coberturas acumuladas que terminan por afinar nuestros reflejos y decisiones casi de manera instintiva.

Después de tanto tiempo en cancha, el cuerpo, la mente y el ojo trabajan en piloto automático. Anticipamos jugadas y reconocemos patrones de juego. Ya no estamos pensando todo el tiempo en la configuración, los ajustes o el encuadre perfecto: simplemente fluye, como si el partido también lo lleváramos dentro.

Esa “automatización” no se aprende en tutoriales ni se descarga en un firmware. Se construye a base de horas de trabajo, de errores que duelen y enseñan, de goles que no capturaste por un mal cálculo, pero también de momentos épicos que lograste congelar porque tu intuición te llevó a estar listo justo a tiempo.

El bagaje de los años optimiza cada cobertura.

Sabes cuándo arriesgar, cuándo esperar, qué jugador va a marcar diferencia y hasta lees la vibra del estadio para sentir que algo grande está por pasar. Todo sucede de manera natural, como si cada partido activara un guion que conoces de memoria, pero que siempre deja espacio para la sorpresa.

Y es ahí donde realmente entendemos que la mayor automatización no está en el equipo, sino en la experiencia. Esa que transforma reflejos en arte, instinto en narrativa y pasión en fotografías que cuentan historias para siempre.