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Por la calle principal de Huamanga, Ayacucho iba aquella mujer andina con un loro, quién claramente estaba muy lejos de donde pertenece pero, como mucho de nosotros, encontró un hogar en donde menos se lo esperaba. ¿Que probabilidades hay de que un ser tropical encuentre calidez en los andes? No importa, se encuentra. Así de caprichosa es la vida, el amor, la conexión. 

La vejez andina tiene características preciosas, desde la fortaleza de los huesos, aunque la piel vaya muy arrugada, hasta la longevidad otorgada por el clima y alimentación. El exceso de precariedad se ve compensado con el exceso de conocimientos naturales. Aún así, la vida debe ser maravillosa, bilingues que gozan del idioma ancestral, el Quechua, y el español para poder saber que sucede fuera de la puna. Ser alumbrados de noche por la luna y de día por el sol quién es nuestro Dios Ancestral de todos aquellos que descendemos de los andes. 

Quién sabe que sucederá con aquel loro cuando ella ya no esté. Quién sabe que sucederá con ella cuando el loro ya no esté. Lo que nosotros sabemos y ellos no es que los hemos capturado en esta foto, que los conocemos y sabemos que están por allá en los andes conviviendo, que se acompañan en esta solitaria etapa de la vida.  Hoy aquí son eternos.