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Un lunes a las 11 de la mañana, estás en tu estudio. Y mientras trabajas, ves de reojo un video donde empieza a sonar el viento, y desde ese preciso instante, ese silbido jamás acabará. Haces una pausa, sueltas el aire contenido, te fijas la hora, revisas la batería del celular, buscas tu laptop, bajas al auto y te vas ¿A dónde? Es lo que menos importa cuando el viento nunca deja de soplar. Tengo casi 38 y estos intensos últimos años me la he pasado llevando al trabajo de vacaciones. Sí, la tecnología me ha ayudado siempre a “estar” Y aunque terminar diseñando los interiores de una publicación editorial, en el medio de alguna reserva del Perú, me ha hecho reflexionar sobre el poder de mantenerme erguido entre el cielo y el abismo. He podido sentir y luego materializar esas pequeñas metas del alma, esas emociones que te ponen en un deliberado modo avión para matar al álter ego dominado por la sed de la responsabilidad y los emoticones en tiempo real. Somos una especie de fantasmas con camisa de vestir y bóxer a la hora del Zoom. Podemos incluso, vivir debajo de un árbol eternamente sin que el cliente sepa dónde demonios estás. Además, siempre puedes retornar, tomarte un café en tu casa o en la oficina hasta que decidas recoger tus malditos pasos -más como un explorador entusiasta que como un alma en pena claro está- para volver y nuevamente regresar. Nunca tuve temor a perder algo. Los viajes siempre suman, te devuelven el tiempo invertido, convierten las malas decisiones en asuntos zanjados, las heridas en insignias de guerra para mostrar y hasta te sanan el corazón sin que tengas que usar la tarjeta de crédito. Tú sabes, la casa invita. Porque salir es reinventarse y vivir como el resto de las cosas que admiras: la fauna, las estrellas, la misma naturaleza y el mar. Todo en constante movimiento, todos atrayéndose porque el periplo es así, te olvidas de dónde vienes y a dónde vas. Hace algunas semanas empecé a organizar las fotografías de mis viajes. Las del día tal, las de la noche tal, los paisajes, los retratos, las de calle, las de naturaleza y así. Probablemente no termine jamás. Y Solamente así -viviendo el día a día, con los pies obsesionados de pisar la hierva por las noches heladas y andar- podré camuflarme en el silbido del viento, para volver y vivir para siempre.