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Un encuentro con las Tortugas del Bosque Rodrigues Alves


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Entre el reflejo del agua y la lentitud del tiempo, una comunidad de tortugas revela una paradoja silenciosa: la belleza que sobrevive, pero también la que necesita ser cuidada.

Estaban allí, una encima de la otra, como si el mundo no les pesara. Más de cien caparazones apilados en un espejo de agua espesa, en un rincón del Bosque Rodrigues Alves, ese pulmón amazónico encerrado en el corazón palpitante de Belém do Pará. Me detuve frente a ellas, en silencio.

Las tortugas siempre me han parecido una paradoja viviente, animales de pasos lentos pero de intuición certera; silenciosas, pero sabias. Su forma de existir es antigua, casi vegetal, como si fueran parte del paisaje sin romperlo ni desgastarlo.

Y sin embargo, ahí reside la contradicción,  su especie —de reproducción acelerada— ha encontrado albergue en este pequeño bosque artificial, pero su destino sigue atado al descuido humano. Muchas veces, en los márgenes del estanque, he encontrado señales de abandono, basura flotando, estructuras deterioradas, visitantes que no comprenden que este lugar es un fragmento de selva sobreviviente.

Estas tortugas, quizás parientes cercanas del Podocnemis unifilis, o peremas, como las llaman en la región, forman parte de un sistema que lleva siglos adaptándose, enfrentando amenazas y reinventándose para sobrevivir. Pueden vivir décadas. Aprenden, recuerdan y eligen. Y aun así, solemos mirarlas con esa condescendencia reservada para lo lento, como si su tiempo no valiera tanto por no parecerse al nuestro.

Me quedé observándolas largo rato. Algunas apenas se movían, como si pensaran. Otras trepaban sobre sus compañeras sin pedir permiso, confiadas en que esa pila de cuerpos blandos y firmes no colapsaría. Un acto de comunidad natural, sin jerarquías.

Fotografiarlas fue casi un acto involuntario. No podía irme sin llevarme su imagen, sin guardar esa escena que parecía una pintura de otro mundo. Pero más que eso, quería recordar la pregunta que dejaron flotando en el aire: ¿Cómo cuidamos a quienes viven en silencio?





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