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Algo que disfruto mucho del monitoreo de cámaras trampa en Komchén de los Pájaros es la posibilidad de tener encuentros muy afortunados durante los recorridos. Hace dos meses fue con un venado que apareció en el borde del sendero, apenas asomándose entre los arbustos. Nos miramos unos segundos que parecieron eternos, y luego se fue caminando despacio, silencioso y sutil. Fue uno de esos momentos que no se buscan, pero que la naturaleza regala cuando uno camina sin prisa, con respeto.

¡Ahora, me tocó con un colibrí esmeralda oriental! 

Ya había terminado mi recorrido, iba en el sendero de vuelta cuando lo escuché, un leve zumbido. Lo vi flotando a unos metros, y enseguida se perchó en una rama. La luz lo iluminaba perfecto y yo llevaba mi telefoto a la mano. Regularmente el más mínimo movimiento espanta a los colibríes y se van, pero este pequeño, a pesar de lo cerca que estábamos y de que se percató de que estaba siendo observado, parecía que él sentía la misma curiosidad hacia mí. Fue un momento muy emotivo.

Es difícil explicar la emoción que se siente en un momento así. No es solo la alegría de haber visto una especie poco común o haber logrado una foto. Es más profundo. Es una conexión. Como si por unos instantes, el colibrí y yo hubiéramos compartido un mismo ritmo, un mismo silencio. Como si algo dentro de mí también se hubiera suspendido en el aire.