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Desde que empecé en la fotografía, mi fiel compañera era una DSLR. Grande, pesada, con ese “clac clac” del obturador que te hacía sentir poderoso. Una Canon 5D Mark III que todavía respeto como si fuera una leyenda viva y todavía la conservo. Pero no voy a mentir: cuando empezaron a sonar las Mirrorless, primero lo vi como una moda. Todo el mundo hablaba de eso, pero yo no me dejé llevar tan rápido.

Se me presento una oportunidad con una Canon R y no la desaproveche,

No se trata solo de que es más liviana o que se ve futurista. El cambio lo sentí en el enfoque, en la velocidad de trabajo y en cómo el visor electrónico te da una vista previa exacta de lo que estás captando, aparte que puedo darle un enfoque continuo con solo un toque en la pantalla, En sesiones con clientes que quieren resultados rápidos, eso hace una diferencia brutal. 

Pero también te soy honesto: no todo es color de rosa. El cambio no solo es de cámara, es de mentalidad. Al principio me sentía raro sin el espejo mecánico, sin ese feeling de “fotografía clásica”. Tuve que ajustar mi forma de disparar, entender nuevas opciones del menú, y aprender a confiar en una batería que no duraba lo mismo. Pero cuando le coges el ritmo, ya no quieres mirar pa’ tras.

Hoy sigo usando mi DSLR para ciertos trabajos, sobre todo cuando quiero ese look más “old school” o necesito mucha duración. Pero para el 70% de mis sesiones, la mirrorless es la que se monta.

No quiero decir que una es mejor que otra en todo. Lo que sí te puedo decir es que si estás dudando en dar el salto, primero pregúntate: ¿estás dispuesto a cambiar tu manera de ver y trabajar la foto? Porque la tecnología no hace al fotógrafo, pero sí puede impulsarlo si sabe cómo usarla.

Y al final, lo que más importa no es con qué cámara dispares, sino qué historia estás contando con tus imágenes.

Nos vemos en el próximo disparo,

@HORUSPTY