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A las 5 de la mañana aún estaba oscuro y la temperatura de 0 grados afuera, pero la emoción de visitar la famosa Montaña de los 7 Colores en Perú era tan intensa que casi no dormi. Salí del hotel con ropa abrigadora en capas, una mochila ligera, y mi cámara bien preparada. El viaje en vehículo hasta el inicio del sendero duró varias horas, entre caminos serpenteantes y paisajes andinos que parecían sacados de otro mundo.

Al llegar al parque donde comienza la caminata, el aire ya se sentía más liviano. Nos encontrábamos a más de 4,000 metros de altura, y el objetivo era llegar a casi 5,000. Aunque la distancia a pie no era muy larga —aproximadamente una hora— el esfuerzo era intenso por la altitud. Cada paso requería concentración, y las pausas para recuperar el aliento eran constantes. El silencio del entorno solo era interrumpido por el viento y el ocasional sonido de un ave andina.

A medida que ascendía, el paisaje iba transformándose. Las tonalidades rojizas, verdes, amarillas y violetas de la montaña comenzaban a revelarse entre las nubes. Finalmente, tras una última subida empinada, llegué al mirador. La vista era simplemente sobrecogedora. Frente a mí se extendía la Montaña de los 7 Colores, un espectáculo natural que parecía irreal.

Saqué mi cámara, ajusté el lente, y tomé varias fotografías, buscando capturar no solo los colores, sino también la inmensidad del lugar. Cada imagen llevaba consigo el esfuerzo de la caminata y la emoción de haber llegado. Fue una experiencia agotadora, pero completamente inolvidable. Regresé con los pulmones llenos de aire puro, la memoria de una travesía única y una fotografía que valía cada paso dado.