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Gran Perla Del Mar

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El océano, extenso y enigmático, siempre ha representado una fuente de fascinación para las personas. Sin embargo, cuando nos sumergimos en el agua donde las ballenas se deslizan con una habilidad que reta su tamaño, la vivencia se transforma en algo casi espiritual. La fotografía de estas majestuosas criaturas no solo representa un desafío técnico, sino también una vivencia emocional que cambia el punto de vista de aquellos que deciden capturar su esencia.

La jornada se inicia antes de embarcar, con la preparación y la anticipación adecuadas. Un fotógrafo necesita comprender que la paciencia resultará fundamental, las ballenas no siguen un patrón; su aparición es inesperada. Las cámaras, equipadas con lentes de amplia visión y ajustes a la medida, son instrumentos esenciales, pero no tan indispensables como la habilidad para interpretar el agua, el cielo y los sonidos marinos.

Las primeras horas en el océano son serenas, con el ruido de las olas que se rompen y el suave crujir del barco bajo el sol. La luz desempeña un rol esencial. La mañana es el instante perfecto, cuando la luz tenue del alba se refleja en el agua, generando un ambiente encantador. Los fotógrafos, concentrados y silenciosos, persiguen indicios de la existencia de las ballenas, como el spout (el flujo de agua y vapor) que se desprende de su espiráculo.

Es en ese momento cuando se captura la primera serie de imágenes, aguardando el instante ideal para registrar el enorme salto, la huella de agua que se acerca a la cola o, si se logra la fortuna, la mirada efímera de una ballena surcando las profundidades.

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