otra de la pandemia volvi en el tiempo solo para compartirles esta memoria de cuando no tenia eventos y tenia mucho tiempo, 2 de mis personalidades coexistiendo, disfrutanto y sufriendo uno con el otro al limite de la locura y la paz interior.
En una mesa solitaria bajo la penumbra de una habitación, un hombre juega una partida de póker contra sí mismo. Las fichas, de colores que parecen simbolizar las diferentes facetas de su existencia, se amontonan de un lado al otro de la mesa. Aquí, el póker se transforma en un ritual, una metáfora de la lucha interna por la comprensión y el autoconocimiento. En esta partida, la dualidad del ser se despliega en una batalla introspectiva.
La Apuesta y el Riesgo
El sonido de las fichas al caer en el centro de la mesa resuena como un eco de la vida misma: cada apuesta es una declaración, una asunción de riesgo que revela la confianza o la duda. En cada movimiento, se encuentra una reflexión sobre las decisiones pasadas y los futuros inciertos. Apostar en el póker es como apostarse a sí mismo en la vida; el jugador se arriesga a perder parte de su identidad o a consolidar su visión del yo.
La Confrontación
En el clímax de la partida, cuando las cartas deben ser reveladas, el hombre se enfrenta a la verdad desnuda de su ser. No hay más máscaras, no hay más subterfugios. Las cartas, sus decisiones, y sus apuestas se despliegan en una narrativa clara de su identidad. Este momento de revelación es a la vez catártico y desafiante. El hombre se ve tal cual es, sin adornos ni excusas.
La Reflexión y el Aprendizaje
Tras la partida, ya sea que haya ganado o perdido, el hombre queda en silencio, contemplando las fichas y cartas dispersas. Cada ficha es una lección, cada carta una reflexión. Ganar o perder importa menos que el conocimiento adquirido a través del proceso. La partida contra uno mismo no es un duelo para determinar un vencedor; es un diálogo profundo con el ser interior, un acto de autocomprensión que trasciende el simple juego.
Aquí es donde el juego adquiere su matiz más filosófico. La esencia del farol es el engaño, un intento de mostrar una fortaleza o una debilidad que quizás no existe. Sin embargo, cuando uno juega contra sí mismo, el farol se convierte en un espejo de la autopercepción. ¿A quién intenta engañar realmente? ¿A los demás o a sí mismo? Cada farol es un examen de la autenticidad de su existencia, una prueba de si vive de acuerdo con su verdadera naturaleza o con una imagen fabricada.
Conclusión:
En este autorretrato, el hombre no solo juega al póker, sino que se sumerge en una danza filosófica con su alma. Cada movimiento, cada carta y cada apuesta se convierte en una alegoría de su búsqueda personal por el significado y la autenticidad. En el espejo de la mesa de póker, descubre no solo las reglas del juego, sino también las de su propia existencia.
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