Mi nombre es Karerina Krausemann, soy fotógrafa de naturaleza y conservación (@karerina.k), y quisiera compartir con ustedes una nota de autoría propia titulada “El guardián de los esteros: una historia entre el agua, el silencio y la vida”.
Está escrita desde mi experiencia personal en los Esteros del Iberá, y busca acercar al lector no solo a la figura del ciervo de los pantanos, sino también a la profunda relación que existe entre esta especie y la salud de nuestros ecosistemas. Es un relato que mezcla observación, sensibilidad y datos poco conocidos, con el objetivo de generar conciencia y emocionar.
Está escrita desde mi experiencia personal en los Esteros del Iberá, y busca acercar al lector no solo a la figura del ciervo de los pantanos, sino también a la profunda relación que existe entre esta especie y la salud de nuestros ecosistemas. Es un relato que mezcla observación, sensibilidad y datos poco conocidos, con el objetivo de generar conciencia y emocionar.
El guardián de los esteros: una historia entre el agua, el silencio y la vida
Por Karerina Krausemann (@karerina.k)
Lo vi asomar entre los juncos como si emergiera de otro tiempo. Alto, sereno, con las orejas erguidas y esa mirada que no teme, pero que tampoco se entrega. En los Esteros del Iberá, cuando el silencio se llena de vida, aparece él: el ciervo de los pantanos. No se impone, no se esconde. Está. Y eso, en estos tiempos, ya es una victoria.
Este animal, que parece tallado por el barro y el sol, es el mayor ciervo de Sudamérica. Pero lo que lo hace realmente majestuoso no es su tamaño, ni sus astas —que solo los machos portan—, sino su historia. Una historia que, como la de muchos seres silvestres en nuestro país, estuvo a punto de quedar en un recuerdo.
Hubo un tiempo en que era común verlo vagar por los bañados del litoral. Sin embargo, la caza furtiva, el avance de la frontera agropecuaria, el alambrado del monte y la indiferencia, fueron arrinconándolo. El agua dejó de ser refugio, y su andar se volvió esquivo. Para muchos, desapareció sin haber sido notado.
Pero el Iberá —esa inmensidad de espejos verdes— se resistió a olvidar.
Hoy, gracias al trabajo de restauración ecológica y conservación de muchas personas, fundaciones y comunidades locales, el ciervo de los pantanos vuelve a caminar con paso firme. No en todos lados, no en todos los rincones. Pero vuelve. Y eso cambia todo.
Porque cuando él vuelve, también regresan otras formas de vida. Aparecen más aves, se estabilizan los pastizales, mejora la salud de los humedales. No es solo una especie, es una pieza clave en el rompecabezas de un ecosistema que respira con dificultad en muchas partes del mundo.
Lo que mucha gente no sabe es que este ciervo está íntimamente conectado con el agua. Sus pezuñas están diseñadas para no hundirse en el barro. Puede nadar largas distancias. Y aún más sorprendente: puede pasar horas entre los camalotes sin dejar casi rastro. Es un habitante anfibio, un puente entre la tierra y el agua, entre lo salvaje y lo frágil.
Tampoco muchos saben que su mayor enemigo no es solo el cazador, sino el desconocimiento. La ignorancia que lo transforma en “bicho”, la indiferencia que lo vuelve invisible. Cuando se construye una ruta sin pasos de fauna, cuando se arrojan residuos al agua que él bebe, cuando el turismo se convierte en invasión y no en contemplación, también se le quita vida.
Pero hay esperanza. Y no es una palabra vacía.
Cada vez más personas se emocionan al verlo. Cada vez más niños aprenden su nombre en las escuelas rurales del Iberá. Cada guía que lo protege, cada voluntario que limpia su hábitat, cada fotógrafo que lo retrata con respeto, está escribiendo una nueva página para este guardián silencioso.
Y en esa historia nueva, estamos todos invitados.
No hace falta ser biólogo ni vivir en el campo. Hace falta mirar distinto. Preguntarse qué podemos hacer para que su existencia no dependa de la suerte. Y entender que conservar no es solo cuidar al ciervo. Es cuidar todo lo que él representa: el agua, el equilibrio, la vida en libertad.
A mí me bastó un cruce de mirada, allá entre los juncos, para entenderlo. Y ojalá, con esta nota, alguien más también lo sienta. Porque mientras el ciervo de los pantanos siga caminando los esteros, sabremos que aún queda belleza en el mundo que vale la pena defender.
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