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“El árbol de la vida”, un paisaje que se volvió pertenencia

Hay paisajes que uno busca, y otros que llegan como un regalo.
En el corazón de Chumbicate, Cajamarca, un árbol crece entre las rocas. Lo llaman el “Árbol de la Vida”. Algunos dicen que es muy joven para cargar con un nombre tan grande, pero para la comunidad es sagrado. Y para mí, fue una oportunidad de mirar el paisaje con otros ojos.
Cuando gané el concurso Lo Nuestro, de Marca Perú, fue esta imagen la que me llevó hasta ahí. No era una foto planeada, ni técnica ni estéticamente perfecta. Fue una invitación espontánea de la comunidad, que me pidió retratar el lugar que más querían. Y yo, con mi cámara Canon, acepté ese acto de confianza.

Canon en el camino: capturar el instante imperfecto
Cuando vi el árbol por la mañana, supe que la luz de atardecer era la clave. Volví más tarde con mi Canon EOS R6, confiando en su versatilidad. Pero el entusiasmo me jugó una mala pasada: olvidé cambiar de JPEG a RAW, y dejé la resolución en tamaño medio. No hubo HDR, ni margen para correcciones técnicas.
Y sin embargo, ahí ocurrió la magia.
El sensor full-frame de la R6 capturó el contraluz con una fidelidad que me sorprendió. La luz dorada filtrándose entre las hojas, el árbol recortado contra un cielo que se apagaba en tonos fríos, las rocas como guardianas silenciosas… No era una foto impecable. Era honesta. Un reflejo del momento y de la conexión con la comunidad.

Del archivo al papel: hacer tangible el paisaje
Quería que esta imagen no se quedara solo en mi disco duro. Quería tocarla, colgarla, compartirla. Imprimí el “Árbol de la Vida” con mi Canon PIXMA PRO-200, usando papel satinado para conservar el carácter sobrio y real del lugar. El resultado me sorprendió: los verdes vibrantes, el dorado de la luz, los grises suaves de las rocas… todo cobró una nueva dimensión.
A veces se subestima el poder de imprimir. En mi entorno fotográfico, muchos aún dudan. Lo ven como un lujo, un gasto. Pero cuando sostienes tu imagen en las manos, algo cambia: dejas de verla solo como una foto. Se vuelve un objeto, un testimonio, un ancla emocional.
Hoy esa impresión está en mi pared, junto a otros cuadros de paisajes que he recorrido. Y cada vez que la miro, escucho las voces de Chumbicate. Recuerdo la caminata, el sol bajando, y el momento en que ese árbol dejó de ser solo un árbol.

Paisaje, comunidad e identidad
El “Árbol de la Vida” no es un ícono estético. Es un símbolo vivo de pertenencia. Lo que hice con mi Canon fue más que una toma: fue una respuesta a una historia colectiva. En mis talleres hablo mucho de esto: cómo el paisaje no siempre es fondo. A veces es protagonista. Y a veces, como en Chumbicate, es una forma de memoria compartida.
Este árbol, creciendo entre piedras, resume muchas cosas que me importan: la resistencia de lo nativo, la fuerza silenciosa del territorio, la belleza que no necesita permiso para serlo. Imprimirlo fue cerrar un ciclo. Porque cuando una imagen se vuelve tangible, también se vuelve más nuestra.

Una invitación a mirar distinto
Desde ese apuro inicial con la R6 hasta colgar la impresión hecha con la PIXMA PRO-200, esta experiencia me recordó que el paisaje no se captura solo con técnica. Se captura con presencia. Con vínculo. Y se vuelve relevante cuando logra conectar a las personas con su entorno.
Hoy, en mis talleres en ruidoespacio.pe, comparto este proceso. En nuestra “Noche de Paisajes Impresos”, vi cómo cambiar la pantalla por papel transformaba la relación de cada fotógrafo con su imagen. Ver esa emoción me confirmó que imprimir no es un final: es otro comienzo.
Canon me acompañó en todo el recorrido: desde el terreno hasta la pared de mi casa. Y me ayudó a entender que un paisaje, cuando se vive y se materializa con intención, puede ser un acto profundo de pertenencia.

¿Cuál será tu historia?
Toma tu cámara. Sal a buscar tu “Árbol de la Vida”. Y cuando lo encuentres, no dudes en darle forma. Que no se quede solo en la memoria digital. Hazlo tuyo. Hazlo papel.